23 abril 2007

Capítulo I: La mantilla

Era cita obligada, después de tanto temer la mantilla, hablar de la experiencia.

Lo primero que tengo que decir es que no es tan incómoda como pensaba, aunque también puede ser que mi madre, aunque no había puesto ninguna hasta ayer, parece una experta poniendo mantillas y al final parece que no llevas nada en lo alto de la cabeza.

La cuestión estética... pues casi que espero a las fotos, ¿no? (evidentemente hubo que hacer fotos, porque para una vez que me pongo una mantilla, y vaya usted a saber si me la vaya a volver a poner... habrá que dejar constancia del evento y de que fue verdad, fui valiente y me encasqueté una teja en el moño que me iba desde la punta abajo de la nuca y me sobresalía como 10 centímetros por encima de la cabeza). Dicen que era una de las más guapas de la procesión (aunque no sé... yo no me creo mucho eso de la belleza de la mujer con mantilla, pero si ellos lo dicen, pues a lo mejor resulta que es hasta verdad, yo qué se...).

Habría preferido un traje de color a un traje negro, peeeeeero, una es pobre, no puede estar comprandose modelis a ese ritmo (aunque me gustaría poder, para qué voy a mentir si todo el que me conoce sabe que me gusta más un trapo que a un tonto un lápiz).

La procesión, genial, la verdad es que tengo que reconocer que me lo pasé como una enana. Soy un pelín capillitas, lo reconozco, pero es que la gente de la Cofradía de Madrid son unos jachondos). Hacía muchos años que no había ido a verla y el punto de vista desde dentro es completamente diferente: he recordado muchas cosas, he experimentado otras nuevas... pero me quedo, sobre todo, con esa sensación de ser una piña, de estar todos unidos por algo que nos ata.

Y ya casi vamos a por el capítulo II, que será el próximo fin de semana.

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