04 julio 2005

Madrid 2012

Empezaré a dar opiniones, y nadie se asuste: voy a ser muy políticamente incorrecta. Avisado queda el posible lector de esta reflexión.

Últimamente no hago más que escuchar la expresión de una euforia colectiva y generalizada por la posibilidad de que nos concedan la organización de las Olimpiadas (a Madrid). Y servidora, que vive en la villa y corte, capital del reino (aunque espera salir de ella pronto para no volver más que de visita, por razones personales de agobio y hastío), no hace más que preguntarse a qué tanta euforia colectiva.

Vale que ahora las obras tengan una justificación más allá de la campaña electoral de turno en el municipio, la región, la junta de distrito o la comunidad de vecinos.Vale que de unos años a esta parte (cada día me cuesta más recordar cuántos años) Madrid esté levantado prácticamente en su totalidad.

Pero es que desde que nos dijeron que a lo mejor nos hacíamos olímpicos esto se ha convertido en el cachondeo padre. El metro está desmontado y casi hay que empujarle a los trenes (véase la nueva reforma de la línea 3 cuando aún no ha cumplido un año la última reforma de esta línea). Metro tan olímpico, que todas las mañanas y todas las tardes practicamos sus usuarios. Por cierto, que la broma nos sale casi tan cara (por no decir más) que ir al gimnasio, con la ventaja de que en el metro tenemos sesión de mañana y sesión de tarde (porque el que coge el metro por la tarde no tiene más huevos que cogerlo por la tarde, por lo general). A saber: hacemos ejercicios de equilibrio (para mantenernos en pie durante los frenazos y durante los parones que caen en curva), ejercicios de respiración (para mantener el máximo de aire posible y expandir los pulmones con el fin de conseguir abstraernos de olores, tanto de usuarios como de las propias máquinas y túneles, de mantenernos de pie sin sufrir lipotimias y mareos), carrera de fondo (algunos pobres cuando se les para el tren en mitad del tunel durante más de una hora)... en fin, un programa completo de ejercicios.

Pero dejemos el metro, que me extiendo y hay que seguir con la exposición.
Dicen que las Olimpiadas traerán trabajo. Sí, muy probablemente. Traerán trabajo temporal y precario (muchos vendrán matándose por un puesto en las condiciones que sean). Cuando se acaben las olimpiadas, se fini de los trabajos y por tanto, tendremos unos índices de paro que asustarán a los más calmados.

Los precios: los comercios aprovecharán para subir (aún más) los precios. Vendrán miles de turistas, miles de espectadores de los juegos, que pagarán una cocacola (y quien habla de esta bebida espirituosa habla de cualquier otro souvenir, recuerdo, alimento, ropa, etc.) al precio que le pidan. Y cuando se acaben nuestras queridas Olimpiadas... no nos engañemos, esos precios se quedan como estaban (bueno, más las consiguientes subidas del ipc, claro).¿Y los pisos? ¿qué decir de la vivienda? Pues lo que ya estamos viendo, pero multiplicado en la misma medida que se multiplican los pisos de treinta metros cuando para hacerlos se dividen los de 90, de 60... Si paseamos por San Blas (estadio de la Peineta), podemos ver ya las subidas astronómicas que se han producido desde que se habló de los Juegos de Madrid.

Y por último, ¿qué será de las instalaciones? Paseando por Sevilla, por lo que fue la Expo, uno se da cuenta de que todas esas infraestructuras acabarán como han acabado en Sevilla muchas de las que no han sido utilizadas posteriormente como sedes de empresas: abandonadas.
Entonces, me pregunto yo: ¿de qué nos sirve organizar unas olimpiadas si lo bueno nos va a durar sólo algunos meses y lo malo va a ser mucho mayor?

Yo, y aunque peque de reaccionaria, espero que se las den a otro. Pero en cualquier caso, quedan apenas 48 horas para saber si nos hemos condenado o seguimos sin Olimpiadas de las que presumir, pero un poquito más tranquilos (a mi juicio).

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